20 de mayo de 2008

cambio

Desde la comodidad de mi casa, escuchando un bolerito de Omara y con un cigarro en la mano (como siempre) saludo a mis pocos, pero muy queridos lectores... estuve pensando que mi blog necesitaba un cambio, así que lo separé en dos. Aquí deje (y muchos de ustedes lo sabrán) mis relatos mas intimos, mis dibujos y algunas poesías de mi libro. Decidí Publicar un nuevo blog, uno más académico, y que, de alguna manera, tiene mi producción más formal. Los invito a leerlo, y a que compartan conmigo sus pensamientos. Me despido mis amigos, un saludo,

yo

http://ensayosdeensayo.blogspot.com
трудно ждать

22 de febrero de 2007

UN POCO MAS DE ARTE



NEGRA

Acuarela y carbón
sobre papel

EN VENTA













HENA

Acuarela y carbón
sobre papel

EN VENTA







ESTUDIO DE MANOS

Carbón, acuarela y cera
sobre papel

EN VENTA

DIARIOS DE CAMPO


Un aprendizaje para toda la vida
Agosto 29 de 2005


La Fundación es un edificio de siete pisos en la calle 92 con carrera 11. Entramos allí a entregar algunas traducciones pendientes, un trabajo que solíamos realizar para esta organización, y ahí, en el tercer piso, estaban ellos. Dos familias de color, que al vernos entrar en la sala de espera de la oficina de algún alto funcionario se sorprendieron y nos miraron de forma extraña. Nosotros, sin darles mucha atención, seguimos adelante con nuestro trabajo. Eran en total nueve personas, divididas en dos familias nucleares, una con dos niños y una niña, y la otra con dos niños que en malos cálculos estaban entre los siete y diez años, excepto el menor que parecía tener tres. Estaban vestidos con ropa normal y los niños estaban sentados en las rodillas de sus padres, a pesar de las numerosas sillas del lugar.

Cuando salimos decidimos hablar con ellos y proponerles que fueran parte de un proyecto de investigación que debíamos desarrollar en ese semestre, ellos se pusieron de pie y yo tome la vocería. Hablé con los padres, ya que las madres y los niños no dijeron nada, sobre la oportunidad para que sus hijos aprendieran a leer y a escribir, esa era la idea de nuestro proyecto de investigación. Hablamos sin hacer demasiado énfasis en el proyecto, sino tratando de que ellos entendieran que nosotros sólo queríamos ayudarles.

La respuesta fue rotundamente negativa, y en ese momento se venían abajo las ideas que teníamos para hacer de estos niños unos buenos escritores y lectores. La conversación duró aproximadamente diez minutos. Logramos ver la desconfianza en sus ojos y debido a su respuesta negativa decidimos retirarnos y agradecerles por su atención. En este primer encuentro no hubo ningún contacto físico, y creímos desfallecer en el intento.

Tiempo recuperado
Septiembre 13 de 2005


Nosotros llegábamos y ellos salían. Como si el destino fuese común para todos. Este segundo encuentro ha sido, quizá, el más enriquecedor de todos. Al verlos los saludamos y los invitamos a caminar un poco hasta una panadería cerca de La Fundación. Allí nos sentamos en dos mesas y les preguntamos que querían tomar o comer. Ellos, que al principio se notaron un poco nerviosos de que unos extraños los invitaran a tomar algo, finalmente y gracias al hambre, decidieron pedir pan y gaseosa. Los niños que siempre están cogidos de la mano de sus padres no querían nada, pero mi compañero de grupo pidió galletas para ellos, que aceptaron sin problema. Primero no quisieron hablar y se concentraron en su comida, mientras nosotros pedíamos nuestro café.

Finalmente, y después de algunos intentos fallidos de charla, ellos nos contaron, en palabras parcas, que estaban en calidad de desplazados y que esperaban una ayuda por parte de La Fundación. Nos contaron de su lugar de procedencia, una pequeña vereda del corregimiento de Itsmina, Chocó. También nos contaron sobre su actividad, eran campesinos y “a veces” mineros, las mujeres se dedicaban a la agricultura hogareña que era lo que les ayudaba para subsistir.

Nos decían que a pesar de todo, su tierra era bella y que la amaban, pero que les había tocado salir de allí por “problemas de violencia”. Nosotros no quisimos ahondar en el tema ya que cuando dijeron esto la cara se les lleno de terror. Decían también que Itsmina era un pueblo grande, y relativamente tranquilo, pero que en las veredas aledañas había “muchos problemas”. Preguntamos si alguno de ellos había ido a la escuela y los padres nos contestaron que si, pero sin más detalles, suponemos que son lectores y escritores por necesidad. Los niños no nos dijeron nada, pero la compenetración que tuvimos con ellos fue de gran riqueza. Cuando vieron los celulares que precisamente sonaron en ese momento notamos el reflejo del que no tiene nada.

Las madres nos contaron que la Red de Solidaridad les había brindado un hogar de paso, mientras ellos conseguían alguna otra ayuda, consiguieron un cupo para todos en una de las casas de desplazados en la calle 26 con carrera cuarta y allí se estaban hospedando temporalmente.


La felicidad no es tan difícil
24 de septiembre de 2005

La expresión cuando nos vieron fue de sorpresa, seguramente no se imaginaron nunca que íbamos a ir a su casa, si puede llamarse a eso casa. Por fuera es una casa normal, no se ve bien ni mal. La puerta la abrió el padre de una de las familias, ahí logramos conocer sus nombres. Luís y Mercedes los padres, Manuela de 8 años, Jason de 3 y Wilmer de 10.

Preguntamos si estaban sus “amigos”, pero sabemos que no son amigos, sino compañeros de dolor. La respuesta fue que habían salido a conseguir algo para comer. Les propusimos salir a caminar cerca de allí, a la plazoleta de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, un lugar solitario donde seguramente íbamos a estar más tranquilos que en la puerta de un frío albergue. Estuvimos allí como media hora, llevamos para ellos cuantos infantiles en versión barata, pulgarcito, caperucita y blancanieves, clásicos para nosotros, un mundo nuevo para ellos. Los niños se veían muy alegres jugando en la plazoleta y mirando los dibujitos de los cuentos. Yo hablé con los padres sobre la ayuda que les habían brindado en la Red de solidaridad, pero en la conversación se noto, en el tono, que aun no tenían nada definido, no habían recibido nada de nadie, ninguna respuesta. La voz ya era más confiable entre todos. Nos preguntaron un poco sobre nuestras vidas y todos hablamos de las generalidades sin entrar a fondo ya que no queríamos hacerlos sentir mal.

Que horror de vida, que desespero de no poder hacer más por esta gente honrada que se ha ido robando nuestro corazón. La felicidad no es tan difícil de lograr para estas personas, ellos son simples, como la tierra de donde provienen. Me doy cuenta de que poseen una cultura arraigada por su forma de hablar, que esta vez no fue tan formal, en sus palabras, su acento, su ropa, sus movimientos y su piel. Ellos son guerreros del día a día, los obligaron a ser así, a ser bruscos con el medio extraño que los rodea. Esta familia, la de Luís, es unida, lo podemos ver por sus gestos hacia los niños.


Dos tiempos, dos opciones, una vida común para todos
Octubre 29 de 2005

Llegar allí, a la plaza de Bolívar, me traslada cuatrocientos años atrás, cuando todo era piedra, adobe y tapia pisada. Por una parte sedas importadas, elegantes chapines y floreros llenos de tulipanes; por otro, fique, ruanas y esclavos. No es mucho lo que ha cambiado desde entonces, ahora hay carros y ruido, el florero es una antigüedad para cuidar, pero las ruanas y los esclavos siguen ahí.

Los vimos parados, desamparados en una esquina de la plaza, los saludamos calurosamente y los invitamos a caminar un poco. Al pasar por el Teatro Colón algo les comente de su historia y algo también sobre el palacio de San Carlos. Después los invitamos a tomar algo caliente para el día lluvioso que estaba haciendo en ese momento, fuimos a la Puerta Falsa, un clásico restaurante bogotano, el mejor en agua de panela y queso campesino.

Entre tanto hablábamos de la situación, de los lugares donde han acudido, entre ellos algunas fundaciones y organizaciones no gubernamentales donde, igual, no les habían dado ninguna respuesta ni ayuda. Todos estaban muy contentos tomando agua de panela, ya que seguramente era su primer alimento en largo tiempo. Les comentamos sobre algunas ayudas que estaba dando la Red de Solidaridad en Medellín, sabíamos que eran unos subsidios de vivienda y educación, y quisimos que se comunicaran con ellos para así agotar otra posibilidad.

Salimos del restaurante y fuimos de nuevo a la plaza a conseguir un lugar de donde llamar, lo conseguimos y entramos allí con el padre; mientras tanto mis compañeros se quedaron afuera dándoles algunos juguetes que llevábamos, con la mama y con los niños jugando y tratando de que se divirtieran un poco. La llamada fue corta, y la respuesta dada mortal: no había ninguna posibilidad si ellos no estaban inscritos a la red de solidaridad de Medellín, así que salimos un poco tristes y en el rostro del hombre se noto la desesperanza una vez más.

Para apaciguar un poco los ánimos que aún quedaban decidimos ir con ellos hasta San Victorino para darles una sorpresa. Entramos a un pequeño almacén de variedades y les compramos a los niños unos juguetes, una muñeca para la niña y un par de carritos de colores para los niños, la felicidad torno el ambiente de nuevo y conseguimos arrancarle una sonrisa a la dura vida que llevan.

Finalmente y de camino a la casa donde se están hospedando hicimos la última parada, una alegría más, compramos un pequeño mercado, algo de arroz, sal, azúcar, frijoles, cebolla, lo único que pudimos, lo suficiente para que durante algunos días ellos no se preocuparan tanto. Los acompañamos hasta la casa y logramos contactarlos de nuevo, una cita para el viernes siguiente a las 10 de la mañana en la plazoleta de la Universidad Tadeo Lozano cerraba una de las experiencias más bonitas que hemos tenido con ellos.

Por fin una ayuda más formal, es decir más material, un poco de dinero soluciona algunas cosas vitales. La felicidad de la familia al entrar al restaurante y ver los platos de comida es irremplazable. Es importante ver el cambio de actitudes que hay entre las buenas y las malas noticias, entre la ilusión y la desilusión. La reacción del padre al llamar fue la de un cartucho más, una vela que se apaga, nada nuevo dentro de su día a día. La sonrisa de los pequeños hombrecitos morenos cuando deciden de que color será su nuevo carro, algo suyo, les parece mentira; y la niña -una muñeca- una amiga nueva -rubia o morena- no se, ayúdame a decidir Lorena -yo creo que es mejor morena, como tu quieras- es tuya. Parece no creerlo aún.

La comida nunca estará de más para ellos, pero ¿será que el dolor que llevan dentro, la angustia y la desesperación se quita también con un poco de dinero?

14 de febrero de 2007

INRI


INRI CON NIÑO
Carbón y acuarela sobre papel
EN VENTA

ELLA


Aquella mujer parecía escapada aún de otra época. Era pequeña, muy blanca, aunque imponente, con la boca roja bien delineada, las cejas arqueadas que daban un gesto serio a los ojos negros y profundos como el carbón que usaba en sus cuadros, algunas pequeñas pestañas, la frente amplia y descubierta, con una seña particular, un lunar en el centro. El cabello muy corto, con una sutil elegancia, el cuello largo y la figura esbelta que fue perseguida muchas veces. La voz, grave y solemne, que con furor siempre daba instrucciones. Esto aquí, más color allá, no chinita, a ver dale más fondo a esa línea, ayúdame con los perros, acompáñame a ver el piano, mejor quédate y termina, borra todo, empieza de nuevo que eso no tiene forma. Para la foto vestía pantalón y camisa de hombre, aunque fuera pecado, y siempre tenía un cigarro en las manos largas adornadas con anillos. Su rostro era pálido, a veces lúgubre, pero parecía esconder las sonrisas de años pasados, los secretos de los viajes pasados, la sensación de los cuerpos antes tocados.

31 de mayo de 2006

A MANERA DE RELATO


Ahora -por fin-
Entiendo el espacio:
Esa fría y adyacente atmósfera fatal
Que con el paso de los años
Traspasa el tiempo…

I

Ese once de septiembre, aquel día trágico, mientras unos hombres de turbantes coloridos le robaban la vida a miles de personas, el grupo de veinte colombianos aterrizaban en el aeropuerto Sheremitevo de Moscú, sin la menor idea de hablar el idioma y después de más de veinticinco horas de vuelo.

Fue una sensación extraña no estar en aquella lista de estudiantes becados, pero con el cansancio, la distancia hasta el viejo edificio del ministerio de educación fue corta. Al fin me atendió una mujer que hablaba ese idioma que al principio sonaba fuerte, inentendible y extraño.

Cuatro horas después del malentendido logré que me dieran una habitación compartida en la Patricio Lumumba, un lugar lleno de pájaros negros, hojas en el piso y corredores sin fin; allí viví por solo tres meses, comiendo griesha con coca cola, una mezcla gastro-política muy interesante. Desde ese momento, después de pasar por Panamá, Cuba, Irlanda y Polonia, 2 días sin ver a los míos supe qué era ser huérfano y descubrí que aquello no era el infierno y que talvez podría acomodarme por un tiempo.

Hablando de esto aquí, bajo ese sol tropical típico de mi casa, se recuerdan muchas cosas, así como seguramente hay otras que es mejor olvidar.

San Petersburgo, la ciudad de Pedro el grande, de Lenin, de Gogol, de Stravinsky, era una ciudad más parecida a mi tierra tan añorada en aquel momento; Katya y yo solíamos salir a ver los puentes, los teatros y las plazas llenas de “Babushkas” con pañuelos en la cabeza; era bonito, sobre todo cuando vas escuchando un tango de Piazzola en un viejo reproductor de cassettes que me regalo mi abuela antes de hacer la despedida en El Dorado, una despedida que pareció eterna.

Ella también había estado viendo los puentes, las plazas y los museos, en otras condiciones, veinte años antes, cuando estaban llenos de grandes escudos con la hoz y el martillo, cuando todos, incluso ella, eran perseguidos por la KGB.

De la hoz y el martillo no quedan más que souvenires para turistas y de la KGB un mal recuerdo; todo eso pasó a ser Mc Donals, casinos, pizza y tristeza.

Al país de los ojos tristes le guardo una gran parte de mi corazón, sin él yo no sería lo que soy ahora, ni mucho menos, lo que antes fui.

II

¡
Y que presente está la muerte
En esta lluvia que caduca!,
¡Y que imponente es la tierra
Ante el hambre de los días!

-Chinita, siéntate aquí- me decía señalando el piso al lado de su silla verde donde se sentaba a dejar pasar los años sin afán. –Henita, ¿Cómo estas?- le preguntaba yo siempre, tocando la puerta antes de entrar. –Te voy a mostrar una cosa-, -Sí claro Henita-, -Mira-, me dijo sacando una caja larga con tapa dorada, que escondía los más grandes secretos que alguien a los doce años pueda imaginar.

Eran fotos, la mayoría de tiempos remotos, de sombrero y elegancia, tomadas en blanco y negro, que mostraban los innumerables viajes que ella hizo; Keops, Kefren y Micerinos; el barrio gótico, la torre Eiffel, el Partenón, la torre de Pisa, San Marcos, la Capilla Sixtina, el Big Ben, Machupichu; todos recorridos palmo a palmo, trabajando con sus manos, pintando y esculpiendo que era lo que el Maestro Barba, como ella lo llamaba, le había enseñado a hacer.

Frente a su casa, en la Carrera Primera Este con la Calle Setenta, vivía una mujer con su esposo y sus ocho hijos, o mejor, mi abuela con mi abuelo, mis siete tíos y mi papá. Así, como si fuera un destino común se encontraron a lo largo de sus vidas, saltando de un barrio a otro, Gloria y Hena, hasta que ella, la artista, murió en la casa de Gloria, que en ese entonces pasó a ser su mamá por una demencia senil desterradora, acompañada por la que fue su familia en la última etapa de su vida.

Ahora las fotos y sus herramientas de trabajo no están expuestas en ningún museo, están en un cajón de secretos, que guardarán por generaciones, si la envidia lo permite, las inevitables ganas de ser utilizadas, y los paisajes que me animaron para hacer aquel viaje del once de septiembre.

III

Ahora esta hablando con sus amigos que viven en el espejo y repitiendo las cosas una y otra vez; todos lo ven, le hablan y se van, esa es la vida cuando te quedas solo. Alfredo, Alfredito, el de los toros, los repuestos, el basketball y los viajes por el mundo. Ese que me llevaba en el biuik verde turquesa a las corridas de enero, bajo el sol de las tres, a la barrera de la Santa María. Ese que salía a perseguir ladrones a las seis de la tarde en la Caracas con Catorce, con el revolver en la mano, -porque nadie se mete con Campuzano-, hasta que un día se olvidó de que ahí tenía un almacén de repuestos y que su casa quedaba en la 70 con Primera. Ahora su mundo es el espejo, como el de un Buendía de García Márquez. No hay que describirlo para imaginarlo en sus buenos tiempos conquistando morenas al ritmo de un bolero en una buena fiesta, o gritando un olé merecido a un diestro de la tauromaquia. Entre esos boleros crecí, quizá por eso es que ahora no consigo buenas fiestas, por lo menos a mi gusto, que es como el de él, de boleros, tango y buen son.

Ella siempre fue buena, haciendo el trabajo nunca pago ni agradecido de madre de todos y de ángel guardián de muchos. Ahora ella es su luz, esta cansada, si, pero vive por él y el por ella, a pesar de todo, de los años, de los tiempos, de los hijos, de la vida misma.

Allí, en aquella casa construida para ella, viví por algunos años, nunca deje de ir por ningún motivo; me estaba esperando Hena y la caja de botones con los que jugaba antes de sentarnos a la mesa elegante, servida para muchos, donde no faltó nunca el ajiaco del 24 y el tamal con chocolate de 31, no puedo olvidar que las navidades de aquel tiempo fueron las mejores, las de los grandes árboles adornados con luces, llenos de regalos y pequeñas figuras de colores y dulce.

Muchas miradas para una sola tarde.
Yo solo busco miradas conocidas,
Miradas que ocurrieron hace siglos;
Que juzgan ahora
El silencio de la tumba
-o del agua-.



IV

“El Bulín”, aun existe aquel bar donde me llevaban a pasar largas noches de rumba bohemia al compás de Piero, Serrat, Silvio y Pablo. Ahora seguramente la cerveza vale mil veces más que en aquel tiempo, pero no puedo negar que ellos la pasaban bien y yo dormía de maravilla. Era un grupo grande, “los del barrio”, Entre ellos Mayuyis, la pintora; el papá viejito y la mamá viejita, con sus interminables paquetes de Piel Roja; Jorge, Beto, el chiquito y mi papá y mi mamá, con la monita.

Con el paso del tiempo todos van desapareciendo, formando familias nuevas, yéndose del país y dejando al Bulín sin buenos espectadores. De eso queda en mi computador más de mil quinientas canciones de Silvio, Serrat, Piero, Mercedes, Aute, mucha samba y algunos discos de música italiana del 80.

V

Cuándo volveré,
Sin que el futuro me de excusas,
A sentir los brazos calientes
Y la ternura.
-los carruseles, la lluvia-


En agosto, el mes de las cometas se animaron por fin a casarse, después de siete años de un noviazgo ininterrumpido y con el permiso indiscutible de las dos familias. Él, estudiante del último semestre de administración y economía, rubio, con los ojos verdes como los de su abuela y con un corazón de oro. Ella, con cuatro años menos, baja pero bella, pelirroja y con el carácter típico de un cáncer de finales de junio.
Eran jóvenes, pero con un amor irremplazable y admirado, lograron sacar adelante a los dos hijos, primero una niña y después un niño, que, según ellos, afortunadamente no siguieron los pasos de ninguno de los dos. La vida fue maravillosa para los cuatro durante veinte años de matrimonio; paseos, comidas, cumpleaños, moral, colegios al ritmo de la batalla del calentamiento o de freder jaquet, espíritu, nada hizo falta.

Pero siempre que todo está tan bien algo pasa y aquí también pasó. Las horas se alargaron y se convirtió de un momento a otro en una locura que ninguno entendió. Yo había partido al país de los ojos tristes en ese tiempo y no supe que pasó, después de tres años logré comprender que, como dice Julio Jaramillo, tan solo se odia lo querido. Ahora la marea bajo y todo se calmo después del duro tiempo que pasaron en mi ausencia.

VI

El nuevo edificio del palacio de justicia nos recuerda aquel trágico 1985. De eso ya no queda nada, sólo las imágenes, y sobre las ruinas, este nuevo monstruo de mármol blanco; ya no hay escrituras, ni firmas de notario, ni funcionarios morales caminando por los pasillos; ni tampoco, siquiera, las llamas causadas por los tanques de guerra. Todo se ha cambiado por ordenadores, maquinaria pesada, fusiles y obreros. En una de las nuevas oficinas del enorme edificio trabaja Blanca, una mujer de cuarenta y seis años, alta y robusta, con el rostro lleno de belleza medieval.

El viernes veinte de septiembre caía un orvallo frío y casual, pero en su escritorio, Blanca, sentía el calor del infierno. Ella era la mejor secretaria del sector publico en la ciudad, y ese día, como todos, se lo habían recordado, y no solo mirándole las piernas. En la tarde había discutido con su jefe por un error en una carta, que él había cometido, pero que sin duda, ella ya había corregido. Le dolía la cabeza como nunca y estaba “Como con fiebre”, según le dijo su amiga Maria Eugenia. De un momento a otro Blanca cayó desmayada frente al elegante escritorio de cedro; su jefe trató de ponerla sobre un sofá de cuero negro y, con el esfuerzo que su sobrepeso le permitió, lo logró; pero ella no reaccionó ni siquiera con la ignorante agua de toronjil que le llevaron.

Una llamada hecha desde un teléfono desconocido asustó a Claudia, que regresaba a casa en medio del trancón de costumbre; una muchacha joven le anuncio que su mamá había caído enferma y que estaba en la sección de urgencias del hospital universitario. “No se sabe, los médicos no han dicho nada”, fue la respuesta a su pregunta.

Blanca veinticinco años atrás había dado a luz a una pelirroja hermosa, en un viejo convento del centro de la ciudad; pero como la costumbre de aquel entonces en las altas esferas de la sociedad era negar a los hijos sin padres tuvo que dejar a su muñeca en manos de su madre que la cuido como si fuera su propia hija.

Blanca Cecilia, una mujer que dejo en los corazones un recuerdo maravilloso, servicial, eficaz y bello, no se podía pedir más. A mí me enseño, como buena secretaria ejecutiva, las cosas prácticas: a coger bus y a caminar rápido, a cantar, a luchar y a disfrutar la vida. Su derrame cerebral la dejo en coma durante dos años en la Fundación Santa fe, entonces mi segundo hogar, de donde su hija la sacó llena de aparatos médicos por todo su cuerpo. –no creo que dure más de una semana, tienen que estar preparados- fue lo que dijo el medico cuando firmo su orden de salida; esa semana se convirtió en diez años más de vida, diez años donde un milagro y las agallas de su hija le enseñaron de nuevo a caminar, a hablar y a pintar, una profesión que nunca imaginó tener. Por ahí se escucha a veces en la cocina revolviendo platos y asustándonos a todos cada vez que hacemos algo mal.

VII

Los pétalos ya caen de las hojas marchitas;
En tristeza
La ilusión se ha convertido.


Aún lo pienso y no se la verdadera razón por la cual decidí ir a Rusia, quizá una aventura, un nivel académico, una experiencia más, la búsqueda de un amor perdido en la península Ibérica o una necesidad momentánea; lo que si está claro era lo que quería hacer, Literatura, Universidad Estatal de San Petersburgo. Por el camino se quedo el amor perdido de la península Ibérica y también, por problemas burocráticos, mi carrera de literatura, que se convirtió en un año más de filología rusa, pero algo más quedaba por hacer allá.

Según él yo no le daba ni la hora, pero yo la verdad ni siquiera lo había visto. Tomás, o el maridito, como todos le dicen; un maravilloso hombre que me abrió los ojos y las ganas a una nueva cultura, que me salvó en los momentos de terror en aquel cuarto sin ventanas del 606, mientras nos fumábamos con katya dos paquetes de Piotr I, durante dos largos y terribles inviernos. Ese que decía que yo tenía cara de tener en Colombia una casa con jardín y muchos cuadros de Chagal en las paredes, que decía que el arte no servia de nada y que no entendía la opera ni el teatro, terminó yendo conmigo al Marinsky cada tres días, a ver eso que no servía ni entendía. A él solo puedo agradecerle las enseñanzas, el tiempo perdido en las largas charlas de política y ese delicioso tiempo ganado entre las copas y el café.

“Yo pienso en ti, tu vives en mi mente,
sola, fija, sin tregua, a toda hora,
aunque el rostro indiferente no deje de reflejar
sobre mi frente
la llama que en silencio me devora.”

9 de abril de 2006

Hace 7 años cuando me di a la tarea de crear algo con mis propias manos, teniendo en una de ellas un bolígrafo negro y en la otra un cigarro pielroja, me di cuenta de que no es fácil ni siquiera trazar una línea en un papel blanco así se tenga una disculpa. Se imaginaran ustedes que mis prácticas como dibujante han sido un fracaso, y tienen razón.

BASQUIAT Y EL SUBMUNDO

Se intercalan técnicas, un pincel, el otro, una visión, otra, un sentimiento o quizá muchos de ellos, se aprende, se desaprende, se estrella la tinta, el acrílico, el óleo, el carbón, el lápiz; se atropella el papel como a una copa de coñac, se escucha un Moby a lo lejos ¿o tal vez un Gardel?, se intercambian madrazos y amores, se suelta el corazón y la rabia como si fuera un perro peligroso. Y finalmente se encuentra ante el temido resultado, expresión, que siempre grita.

Eso es para mi Jean Michelle Basquiat, un grito del submundo, de los otros que terminan siendo nosotros mismos. “El creador del graffiti”, dicen las enciclopedias y las páginas de Internet donde no es difícil encontrar una biografía, una biografía como tal, es decir algo como una línea de la vida, con fechas y sucesos, un estúpido cardiograma con cara de obra literaria, pero para aprovechar, en la subjetividad deliciosa del ser humano, la obra de Basquiat hay que verlo a solas, con ira, sintiendo que nos mira desde la resurrección.

20 de marzo de 2006

ALGUNOS POEMAS

Del libro: La sombra del mar


INFIERNO VERDE


Infierno verde,
Maldita excitación entre maderas.
No alcanza la tinta
-en principio-
Para explicar esta vez la tristeza.

Absurdas luciérnagas nocturnas
Asustan la luz,
Y convertido en otro,
Yo
Espero.

La maravillosa música de la luna
-hoy en eclipse perfecto-
Hace que el frío encanezca
Y aún sin entenderlo
El increíble milagro del tiempo sucede.

Sopó, Colombia. 2003


ÚLTIMA VISIÓN


Hena Rodríguez


En esta prisión de márgenes tan azuladas
Atravesé tu recuerdo,
Y entre puertas lejanas y laberintos
Los minotauros rogaban mi nombre;
Las paredes huyeron ante su mirada
Y magnéticamente
Los adornaron figuras sin sexo,
La ruta contraria de la invocación.

Qué secretos guardan ahora
Bajo sus negros ropajes,
Vida agradecida a los arcos y al cielo,
Trabajo de ancestros distantes.

¡Y que presente está la muerte
En esta lluvia que caduca!,
¡Y que imponente es la tierra
Ante el hambre de los días!;

Así
-en la fiebre-
Recobré de tus manos el sentido,
Y fueron ellas
El misterio terrenal que ato a la noche
La gloria de tus días,
Mi paso al paraíso prohibido.

Tú,
La lejanía de las fibras
La protección del alma,
Los rostros opacos de la agonía…
Así fue mi última visión.

Petersburgo
Feb. 2002

AZUL ABRASADOR

A Gloria, para siempre.


Muchas miradas para una sola tarde.
Yo solo busco miradas conocidas,
Miradas que ocurrieron hace siglos;
Que juzgan ahora
El silencio de la tumba
-o del agua-.

Aproximación de gárgolas y espinas,
Centauros y dragones sin existencia;
Ante un muro colosal la perdición se esconde,
Retumba el tiempo,
Y me acojo como mundo
Imponiendo la sangre y la fibra infinita.

Encuentro sin letras
Donde los ojos –de azul abrasador-
Aparecen de la sombra
Y como espejos de los años
Traspasan fuertemente las manos de la niebla.

Barcelona, 2002


EXILIO


A La Mama


Cuándo volveré,
Sin que el futuro me de excusas,
A sentir los brazos calientes
Y la ternura.
-los carruseles, la lluvia-

Cuándo podré recuperar
Algún segundo perdido,
Sin escuchar voces de espanto
En la patria ya no mía,
De otros.

Las variaciones del pasado
Han sido espeluznantes
Y aún el miedo,
Viejo y con arrugas,
Recorre la ausencia con melancolía.

Ahora me acompaña un tango
Y mil fantasmas,
Voces
Y algunas horas de espera.

San Petersburgo
2002

I

A Tomas, CON TODO.


Ahora, -por fin-

Entiendo el espacio.
Fría y adyacente atmósfera fatal
Que con el paso de los años
Traspasa el tiempo.

Por fin,
Sin detenerme mucho en constelaciones
Te descubrí como eres,
Como eras;
Como ya te habían descubierto otros,
Pero sin encontrarte por completo.
Aquí estas, y yo muriendo alegremente
Entre algunas lagrimas
-ese miedo rebosando por los ojos-
Te veo a través del fuego y de las sombras.

No te vayas,
Te lo pido firmando con sangre un pacto
De hace tiempo;
Quédate conmigo
Cerrando cada mañana con el sol naranja de la vieja ventana
Aprovechándote del verde de estas rojas montañas,
Quédate amando la desnudez antigua;
Viviendo conmigo tu siempre.

EL PAIS DE LOS OJOS TRISTES


Crónica de viaje

En el metro, a diez mil kilómetros de mi gente más cercana, y a pocos meses de un viaje de corto regreso, observo con detenimiento a un marinero pobre que está sentado frente a mí, que tiene los ojos tan azules como el mar que recorre; dormita.

El uniforme de guerra está sucio, las franjas blancas ya son grises como las jóvenes pupilas, y lleva también en el pantalón negro, un cinturón de hebilla de marina con dos anclas superpuestas. Un segundo más tarde, poco antes de aparecer el anuncio para cerrar las puertas, sube al primer vagón una mujer; parece ser del sur, pide alguna ayuda para el hijo que lleva sobre su pecho, con unos trapos atados a la espalda que sirven como abrigo.

Aquel marinero de pupilas de plata, observa; parece ser el único que se inmuta ante la madre, pero no hace caso, solo escucha mientras ella camina, tan lenta como un ánima, por el oscuro corredor. También frente a mi, un poco a la derecha, hay dos oficiales del ejercito, llevan en la mano una cerveza y parece no ser la primera; a su derecha, en la esquina, hay una anciana con los ojos azules y tristes, como suelen estar los ojos en estas tierras: lleva dos morrales de espalda, una maleta de cuero negro y gastado, y tres bolsas plásticas con anuncios publicitarios. De pie, junto a la baranda hay un muchacho, debe tener en malos cálculos quince años, no lleva puesta ropa de moda, pues es simplemente lo que se puede.

La madre sigue caminando por el corredor y continúa pidiendo por “xesus xristos” la ayuda de los respetados pasajeros, con la voz casi quebrada. El niño no llora, está increíblemente dormido, sólo sale su pequeña cabeza por entre el abrigo improvisado. Ahora aquel marinero la mira, pero no a los profundos ojos, la deja pasar por su frente con la cabeza gacha, la mira después, con lástima, y parece ser el único, el resto parece ni verla. A su paso la mujer reza y pide, al cielo y por el cielo, la compasión demostrada en una moneda.

Aún no es muy tarde, en el reloj del hombre que está a mi lado logro ver que son la 9:50 PM; el llegar a la otra estancia baja la anciana con sus morrales y la madre con su hijo, difícil tarea. Quizá haya algún problema, las puertas no se cierran ni dicen nada por los parlantes, en esa extraña lengua que apenas entiendo; frente al metro, en la plataforma la madre aprovecha una silla libre, la única de once que alcancé a contar. Dentro del metro y a pesar de la demora nadie se mueve, nadie se toca, nadie habla, nadie mira, se escucha sólo desde afuera las voces pasajeras y el murmullo fuerte del hombre en masa; se escucha el llanto del niño recién despertado, pero la madre parece estar igual que la gente del metro: no se mueve, no habla, no toca, no mira.

De repente suena el anhelado anuncio y antes de terminarse se cierran las puertas.

ALGUNOS CUADROS


CADAVER

Campuzano y Charles de Canterbury.
trabajo conjunto

Donado a la Universidad de La Salle

NIÑO CAMPESINO
2004
Carbón y acuarela sobre papel.
EN VENTA
MANO CON ROSTRO
2004
Carbòn y acuarela sobre papel
VENDIDO

19 de marzo de 2006

AQUI ESTOY

Catalina Campuzano Rodríguez es estudiante de lenguas modernas de la Universidad de la Salle. Ha realizado algunos cursos de literatura y periodismo en la Universidad de Los Andes y en la Universidad Estatal de San Petersburgo en Rusia donde vivió algunos años. Escribe poesía y relatos cortos sobre diferentes temas centrándose en la realidad social y en la naturaleza misma del ser humano. Su primer libro de poesía La sombra del mar, contiene su maxima creación literaria.

LA MUSA

Cuando en la noche oscura espero su llegada,se me antoja que todo pende de un hilo.¿Qué
valen los honores, la libertad incluso,cuando ella acude presta y toca el
caramillo?Mira, ¡ahí viene! Ella se echa a un lado el veloy se me queda mirando
larga y fijamente. Yo digo:"¿Has sido tú la que le dictó a Dante las
páginassobre el infierno?" Y ella responde: "Yo soy aquella."

Anna Ajmatova