22 de febrero de 2007

UN POCO MAS DE ARTE



NEGRA

Acuarela y carbón
sobre papel

EN VENTA













HENA

Acuarela y carbón
sobre papel

EN VENTA







ESTUDIO DE MANOS

Carbón, acuarela y cera
sobre papel

EN VENTA

DIARIOS DE CAMPO


Un aprendizaje para toda la vida
Agosto 29 de 2005


La Fundación es un edificio de siete pisos en la calle 92 con carrera 11. Entramos allí a entregar algunas traducciones pendientes, un trabajo que solíamos realizar para esta organización, y ahí, en el tercer piso, estaban ellos. Dos familias de color, que al vernos entrar en la sala de espera de la oficina de algún alto funcionario se sorprendieron y nos miraron de forma extraña. Nosotros, sin darles mucha atención, seguimos adelante con nuestro trabajo. Eran en total nueve personas, divididas en dos familias nucleares, una con dos niños y una niña, y la otra con dos niños que en malos cálculos estaban entre los siete y diez años, excepto el menor que parecía tener tres. Estaban vestidos con ropa normal y los niños estaban sentados en las rodillas de sus padres, a pesar de las numerosas sillas del lugar.

Cuando salimos decidimos hablar con ellos y proponerles que fueran parte de un proyecto de investigación que debíamos desarrollar en ese semestre, ellos se pusieron de pie y yo tome la vocería. Hablé con los padres, ya que las madres y los niños no dijeron nada, sobre la oportunidad para que sus hijos aprendieran a leer y a escribir, esa era la idea de nuestro proyecto de investigación. Hablamos sin hacer demasiado énfasis en el proyecto, sino tratando de que ellos entendieran que nosotros sólo queríamos ayudarles.

La respuesta fue rotundamente negativa, y en ese momento se venían abajo las ideas que teníamos para hacer de estos niños unos buenos escritores y lectores. La conversación duró aproximadamente diez minutos. Logramos ver la desconfianza en sus ojos y debido a su respuesta negativa decidimos retirarnos y agradecerles por su atención. En este primer encuentro no hubo ningún contacto físico, y creímos desfallecer en el intento.

Tiempo recuperado
Septiembre 13 de 2005


Nosotros llegábamos y ellos salían. Como si el destino fuese común para todos. Este segundo encuentro ha sido, quizá, el más enriquecedor de todos. Al verlos los saludamos y los invitamos a caminar un poco hasta una panadería cerca de La Fundación. Allí nos sentamos en dos mesas y les preguntamos que querían tomar o comer. Ellos, que al principio se notaron un poco nerviosos de que unos extraños los invitaran a tomar algo, finalmente y gracias al hambre, decidieron pedir pan y gaseosa. Los niños que siempre están cogidos de la mano de sus padres no querían nada, pero mi compañero de grupo pidió galletas para ellos, que aceptaron sin problema. Primero no quisieron hablar y se concentraron en su comida, mientras nosotros pedíamos nuestro café.

Finalmente, y después de algunos intentos fallidos de charla, ellos nos contaron, en palabras parcas, que estaban en calidad de desplazados y que esperaban una ayuda por parte de La Fundación. Nos contaron de su lugar de procedencia, una pequeña vereda del corregimiento de Itsmina, Chocó. También nos contaron sobre su actividad, eran campesinos y “a veces” mineros, las mujeres se dedicaban a la agricultura hogareña que era lo que les ayudaba para subsistir.

Nos decían que a pesar de todo, su tierra era bella y que la amaban, pero que les había tocado salir de allí por “problemas de violencia”. Nosotros no quisimos ahondar en el tema ya que cuando dijeron esto la cara se les lleno de terror. Decían también que Itsmina era un pueblo grande, y relativamente tranquilo, pero que en las veredas aledañas había “muchos problemas”. Preguntamos si alguno de ellos había ido a la escuela y los padres nos contestaron que si, pero sin más detalles, suponemos que son lectores y escritores por necesidad. Los niños no nos dijeron nada, pero la compenetración que tuvimos con ellos fue de gran riqueza. Cuando vieron los celulares que precisamente sonaron en ese momento notamos el reflejo del que no tiene nada.

Las madres nos contaron que la Red de Solidaridad les había brindado un hogar de paso, mientras ellos conseguían alguna otra ayuda, consiguieron un cupo para todos en una de las casas de desplazados en la calle 26 con carrera cuarta y allí se estaban hospedando temporalmente.


La felicidad no es tan difícil
24 de septiembre de 2005

La expresión cuando nos vieron fue de sorpresa, seguramente no se imaginaron nunca que íbamos a ir a su casa, si puede llamarse a eso casa. Por fuera es una casa normal, no se ve bien ni mal. La puerta la abrió el padre de una de las familias, ahí logramos conocer sus nombres. Luís y Mercedes los padres, Manuela de 8 años, Jason de 3 y Wilmer de 10.

Preguntamos si estaban sus “amigos”, pero sabemos que no son amigos, sino compañeros de dolor. La respuesta fue que habían salido a conseguir algo para comer. Les propusimos salir a caminar cerca de allí, a la plazoleta de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, un lugar solitario donde seguramente íbamos a estar más tranquilos que en la puerta de un frío albergue. Estuvimos allí como media hora, llevamos para ellos cuantos infantiles en versión barata, pulgarcito, caperucita y blancanieves, clásicos para nosotros, un mundo nuevo para ellos. Los niños se veían muy alegres jugando en la plazoleta y mirando los dibujitos de los cuentos. Yo hablé con los padres sobre la ayuda que les habían brindado en la Red de solidaridad, pero en la conversación se noto, en el tono, que aun no tenían nada definido, no habían recibido nada de nadie, ninguna respuesta. La voz ya era más confiable entre todos. Nos preguntaron un poco sobre nuestras vidas y todos hablamos de las generalidades sin entrar a fondo ya que no queríamos hacerlos sentir mal.

Que horror de vida, que desespero de no poder hacer más por esta gente honrada que se ha ido robando nuestro corazón. La felicidad no es tan difícil de lograr para estas personas, ellos son simples, como la tierra de donde provienen. Me doy cuenta de que poseen una cultura arraigada por su forma de hablar, que esta vez no fue tan formal, en sus palabras, su acento, su ropa, sus movimientos y su piel. Ellos son guerreros del día a día, los obligaron a ser así, a ser bruscos con el medio extraño que los rodea. Esta familia, la de Luís, es unida, lo podemos ver por sus gestos hacia los niños.


Dos tiempos, dos opciones, una vida común para todos
Octubre 29 de 2005

Llegar allí, a la plaza de Bolívar, me traslada cuatrocientos años atrás, cuando todo era piedra, adobe y tapia pisada. Por una parte sedas importadas, elegantes chapines y floreros llenos de tulipanes; por otro, fique, ruanas y esclavos. No es mucho lo que ha cambiado desde entonces, ahora hay carros y ruido, el florero es una antigüedad para cuidar, pero las ruanas y los esclavos siguen ahí.

Los vimos parados, desamparados en una esquina de la plaza, los saludamos calurosamente y los invitamos a caminar un poco. Al pasar por el Teatro Colón algo les comente de su historia y algo también sobre el palacio de San Carlos. Después los invitamos a tomar algo caliente para el día lluvioso que estaba haciendo en ese momento, fuimos a la Puerta Falsa, un clásico restaurante bogotano, el mejor en agua de panela y queso campesino.

Entre tanto hablábamos de la situación, de los lugares donde han acudido, entre ellos algunas fundaciones y organizaciones no gubernamentales donde, igual, no les habían dado ninguna respuesta ni ayuda. Todos estaban muy contentos tomando agua de panela, ya que seguramente era su primer alimento en largo tiempo. Les comentamos sobre algunas ayudas que estaba dando la Red de Solidaridad en Medellín, sabíamos que eran unos subsidios de vivienda y educación, y quisimos que se comunicaran con ellos para así agotar otra posibilidad.

Salimos del restaurante y fuimos de nuevo a la plaza a conseguir un lugar de donde llamar, lo conseguimos y entramos allí con el padre; mientras tanto mis compañeros se quedaron afuera dándoles algunos juguetes que llevábamos, con la mama y con los niños jugando y tratando de que se divirtieran un poco. La llamada fue corta, y la respuesta dada mortal: no había ninguna posibilidad si ellos no estaban inscritos a la red de solidaridad de Medellín, así que salimos un poco tristes y en el rostro del hombre se noto la desesperanza una vez más.

Para apaciguar un poco los ánimos que aún quedaban decidimos ir con ellos hasta San Victorino para darles una sorpresa. Entramos a un pequeño almacén de variedades y les compramos a los niños unos juguetes, una muñeca para la niña y un par de carritos de colores para los niños, la felicidad torno el ambiente de nuevo y conseguimos arrancarle una sonrisa a la dura vida que llevan.

Finalmente y de camino a la casa donde se están hospedando hicimos la última parada, una alegría más, compramos un pequeño mercado, algo de arroz, sal, azúcar, frijoles, cebolla, lo único que pudimos, lo suficiente para que durante algunos días ellos no se preocuparan tanto. Los acompañamos hasta la casa y logramos contactarlos de nuevo, una cita para el viernes siguiente a las 10 de la mañana en la plazoleta de la Universidad Tadeo Lozano cerraba una de las experiencias más bonitas que hemos tenido con ellos.

Por fin una ayuda más formal, es decir más material, un poco de dinero soluciona algunas cosas vitales. La felicidad de la familia al entrar al restaurante y ver los platos de comida es irremplazable. Es importante ver el cambio de actitudes que hay entre las buenas y las malas noticias, entre la ilusión y la desilusión. La reacción del padre al llamar fue la de un cartucho más, una vela que se apaga, nada nuevo dentro de su día a día. La sonrisa de los pequeños hombrecitos morenos cuando deciden de que color será su nuevo carro, algo suyo, les parece mentira; y la niña -una muñeca- una amiga nueva -rubia o morena- no se, ayúdame a decidir Lorena -yo creo que es mejor morena, como tu quieras- es tuya. Parece no creerlo aún.

La comida nunca estará de más para ellos, pero ¿será que el dolor que llevan dentro, la angustia y la desesperación se quita también con un poco de dinero?

14 de febrero de 2007

INRI


INRI CON NIÑO
Carbón y acuarela sobre papel
EN VENTA

ELLA


Aquella mujer parecía escapada aún de otra época. Era pequeña, muy blanca, aunque imponente, con la boca roja bien delineada, las cejas arqueadas que daban un gesto serio a los ojos negros y profundos como el carbón que usaba en sus cuadros, algunas pequeñas pestañas, la frente amplia y descubierta, con una seña particular, un lunar en el centro. El cabello muy corto, con una sutil elegancia, el cuello largo y la figura esbelta que fue perseguida muchas veces. La voz, grave y solemne, que con furor siempre daba instrucciones. Esto aquí, más color allá, no chinita, a ver dale más fondo a esa línea, ayúdame con los perros, acompáñame a ver el piano, mejor quédate y termina, borra todo, empieza de nuevo que eso no tiene forma. Para la foto vestía pantalón y camisa de hombre, aunque fuera pecado, y siempre tenía un cigarro en las manos largas adornadas con anillos. Su rostro era pálido, a veces lúgubre, pero parecía esconder las sonrisas de años pasados, los secretos de los viajes pasados, la sensación de los cuerpos antes tocados.