9 de abril de 2006

Hace 7 años cuando me di a la tarea de crear algo con mis propias manos, teniendo en una de ellas un bolígrafo negro y en la otra un cigarro pielroja, me di cuenta de que no es fácil ni siquiera trazar una línea en un papel blanco así se tenga una disculpa. Se imaginaran ustedes que mis prácticas como dibujante han sido un fracaso, y tienen razón.

BASQUIAT Y EL SUBMUNDO

Se intercalan técnicas, un pincel, el otro, una visión, otra, un sentimiento o quizá muchos de ellos, se aprende, se desaprende, se estrella la tinta, el acrílico, el óleo, el carbón, el lápiz; se atropella el papel como a una copa de coñac, se escucha un Moby a lo lejos ¿o tal vez un Gardel?, se intercambian madrazos y amores, se suelta el corazón y la rabia como si fuera un perro peligroso. Y finalmente se encuentra ante el temido resultado, expresión, que siempre grita.

Eso es para mi Jean Michelle Basquiat, un grito del submundo, de los otros que terminan siendo nosotros mismos. “El creador del graffiti”, dicen las enciclopedias y las páginas de Internet donde no es difícil encontrar una biografía, una biografía como tal, es decir algo como una línea de la vida, con fechas y sucesos, un estúpido cardiograma con cara de obra literaria, pero para aprovechar, en la subjetividad deliciosa del ser humano, la obra de Basquiat hay que verlo a solas, con ira, sintiendo que nos mira desde la resurrección.